fuente El País

Tras 18 días de ejemplar empeño colectivo, los egipcios han conseguido el primer y fundamental objetivo de su revuelta, la caída de Hosni Mubarak. El júbilo en las calles sellaba ayer lo aparentemente imposible semanas atrás: el final relativamente pacífico de una infame dictadura de 30 años en el más importante país árabe, y su referente político y cultural. En Egipto -como antes en Túnez, donde comenzó todo- se había llegado en los últimos días a una situación insostenible, arbitrada cada vez con mayores dificultades y desgaste por los generales. Son esos generales los que ayer se han hecho cargo del poder, en un esperanzador volatín que puede iniciar el camino a la libertad, pero también lleno de riesgos. Lo que suceda en El Cairo está destinado a hacer historia

El camino de Egipto hacia la libertad acaba de comenzar y todo está por verse. El país árabe entra en una difícil fase de efervescencia, en la que los actores del cambio deberán hacer las cosas rápido y bien para evitar su degradación. Si determinante va a ser el papel de unas fuerzas armadas hasta ahora aparentemente más alineadas con los intereses populares que con los del régimen autocrático (que prometían ayer levantar un estado de excepción de 30 años y elecciones presidenciales limpias), también debería serlo el apoyo occidental a una reforma democrática sin letra pequeña. Tareas inmediatas de esa reforma son liberar a los prisioneros políticos y hacer real la participación de los partidos opositores en el diseño del nuevo orden. Por su importancia intrínseca y su condición de espejo en el mundo árabe, lo que suceda en El Cairo atronará en adelante en la región más conflictiva del planeta.

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